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lunes, 14 de noviembre de 2011

Contra la felicidad obligatoria

Todos queremos ser felices, pero la vida tiene sus luces y sus sombras y, junto con las legítimas aspiraciones de felicidad y bienestar también es preciso asumir y aceptar el dolor, las limitaciones. Nuestros antepasados sabían que la vida era dura, difícil y estaban más preparados para aceptar el dolor que nosotros. Nuestra sociedad actual ha pasado de ver la vida como “un valle de lágrimas” a una compulsión por la felicidad. Pascual Bruckner, en su libro “La euforia perpetua” comenta que desde la Revolución francesa, y más aún desde el Mayo del 68, la felicidad ha pasado a ser más que una aspiración, un deber. Quien no consigue ser feliz, viene a convertirse hoy en una especie de marginado, de inadaptado o, como mínimo, se siente culpable. El enorme progreso tecnológico de las últimas décadas junto con las creencias importadas de Estados Unidos acerca de que “todo es posible si me lo propongo” nos han dado quizás una visión demasiado optimista de las cosas que no tiene suficientemente en cuenta los múltiples factores que conforman la realidad.

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