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viernes, 20 de julio de 2012

Indefensión aprendida


La indefensión aprendida es una condición psicológica en la que el sujeto ha aprendido a creer que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga será inútil. La teoría procede del psicólogo Martin Seligman quién expuso a dos perros, encerrados en sendas jaulas, a descargas eléctricas ocasionales. Uno de los animales tenía la posibilidad de accionar una palanca con el hocico para detener esa descarga, mientras que el otro no tenía medios para hacerlo. El tiempo de descarga era igual para ambos, ya que la recibían en el mismo momento, y cuando el primer perro detenía la descarga, el otro dejaba también de recibirla. El efecto psicológico inducido en ambos animales fue muy diferente: mientras el primero mostraba un comportamiento y estado de ánimo normal, el segundo permanecía quieto, gimoteando y asustado. Posteriormente, y al cambiar la condición para el segundo perro dándole la posibilidad de controlar las descargas, éste ya no intentaba hacer nada para evitarlas. En otras palabras, había aprendido a sentirse indefenso y a no luchar contra ello.
Posteriormente, se comprobaron fenómenos similares en el comportamiento humano, que se aplicaron sobre todo para explicar el mecanismo de la depresión. La conclusión es que, de alguna manera, si nos esforzamos una y otra vez para modificar una circunstancia adversa de nuestras vidas y no lo conseguimos, o bien nos “machacan” una y otra vez con que no podremos –sea por unas determinadas características personales o por factores del entorno supuestamente incontrolables- llegamos a un punto en que nos resignamos y dejamos de luchar. Y, aún cuando el contexto cambie, hemos perdido la confianza y tendemos a creer que definitivamente no podemos ni podremos.
Jorge Bucay lo ilustra con su cuento del elefante encadenado:

Indefensión aprendida es, en suma, todas las formas posibles de completar la frase “¿para qué… (si, total, no voy a conseguir nada)?” que hemos aprendido, a veces, de forma muy directa de educadores o progenitores con afirmaciones tipo “eres un/a X y nunca conseguirás Y?” o las múltiples variantes de “las cosas son como son, y (una persona como tú) no va a conseguir cambiarlas, no seas iluso/a”, o de manera más insidiosa a través de determinadas actitudes o mensajes menos claros pero igualmente poderosos. Los medios de comunicación contribuyen también a reforzar esa idea cuando, por ejemplo, nos bombardean constantemente con el problema de la crisis económica, presentándola como si fuera algo que únicamente depende de los mercados financieros y/o de factores incontrolables (y no de la codicia de unos pocos permitida por gobiernos inoperantes a la hora de establecer normas de regulación efectivas de estos abusos, y de la pasividad de muchos a la hora de exigir responsabilidades y proteger derechos a menudo logrados tras décadas de lucha). O cuando nos habitúan a ver imágenes de guerra, pobreza, terrorismo, machismo, violación sistemática de los derechos humanos, indefensión en suma sin apenas el contrapeso de alguna imagen de esperanza o de cambio real, presentándolo más bien como algo inevitable, fruto de la “fatalidad” del destino parece.
Hay muchos otros factores internos (y externos) que nos inmovilizan, que nos impiden tener esperanza, que nos impiden luchar por nuestros derechos, por nuestras legítimas aspiraciones y sueños como, por ejemplo, la tendencia a hacer aquello que a corto plazo nos resulta más cómodo, a evitar aquello que nos resulta doloroso aunque a la larga esa actitud nos perjudique seriamente.  O la “droga de la felicidad” en el mundo actual: el consumismo. O las drogas reales. De muchas formas nos pueden/ nos podemos adormecer. Pero de eso hablaremos más extensamente en otra ocasión.

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