Según Ramón Rosal, en su libro
“¿Qué nos humaniza?, ¿Qué nos deshumaniza?”, la esperanza es la convicción de
que determinadas metas relevantes para que la propia vida tenga sentido tienen
un alto grado de probabilidad de ser alcanzadas, si uno coopera en ello. Su
opuesto, la desesperanza conduce al vacío existencial que, a su vez, podríamos
definir como el sentimiento de impotencia respecto a la posibilidad de hacer
algo útil con la propia vida, o con el mundo en el que uno vive.
Existen, según este mismo autor, causas psicológicas
que nos pueden llevar a la desesperanza:
1) la desconfianza básica en el ser humano y en sus instituciones, 2) un estado de ánimo depresivo, 3) el excesivo temor ante la posible
frustración de una esperanza que nos llevaría a evitar emprender determinadas
acciones ante la posibilidad de un fracaso (es decir, por un excesivo temor a
sufrir una frustración puntual fomentaríamos, por nuestra inacción, un estado
de desesperanza y frustración crónicos),
4) poca tolerancia a la frustración, es decir, impaciencia por obtener
unos resultados a corto plazo, no tener en cuenta que lo normal es encontrarse
con obstáculos y/o que las cosas requieren su tiempo, lo cual puede llevar a
tirar la toalla prematuramente, 5)
querer tenerlo todo, sin renunciar a algunas metas secundarias, es decir, no
aceptar que todo tiene un precio.
Aparte de las causas psicológicas, también hay, y
conviene no olvidarlas, causas externas a nosotros que pueden inducir a la
desesperanza, las cuales combinadas con alguna de las anteriores pueden ser
especialmente “letales”. Por ejemplo, el actual callejón sin salida de la, mal
llamada, crisis económica (opino que, más bien, debería llamarse crisis de los
valores democráticos y de la justicia social) que suscita en muchos seres
humanos, aparte de la desesperación por falta de recursos, la frustración de no
poder ejercer un derecho humano básico, el derecho al trabajo, y sentirse,
además, culpables por ello en muchos casos. También la familia, la comunidad en
la que uno vive, los valores que le han transmitido, etc. pueden facilitar o
entorpecer la esperanza y la ilusión por vivir.
Finalmente, y según Ramón Rosal, podemos hablar
también de esperanza insana (la cual, a la postre conduce igualmente a la
desesperanza) cuando: 1) nos
radicalizamos en la postura de que los “buenos” y los que tienen la razón son
los de “mi grupo”, y todos los demás son el enemigo, los malos a quienes hay
que combatir, 2) mantenemos una fe
excesiva en que con el apoyo de otros, quedaremos a salvo de dificultades, es
decir, con una actitud de dependencia (y cuando el otro/a falla…), 3) iniciamos proyectos que no cuentan con
la realidad de los límites (tanto por exceso como por defecto de actitud
crítica)
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