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miércoles, 10 de octubre de 2012

Los eternos adolescentes



Hay personas que parece que no “crecen” y se quedan anclados en una especie de adolescencia perpetua, es el llamado síndrome de Peter Pan. Suelen presentar, en mayor o menor medida, las características siguientes:
-       Tienen muchas dificultades para asumir responsabilidades y se atrincheran en el rol de víctimas cuando las cosas no van como ellos/ellas habían previsto en su mundo de fantasía. En su presencia, uno se siente desbordado.
-     Con los padres, reclaman muchísima atención. Les suelen hacer, además, responsables de sus fracasos. Les cuesta emanciparse y, cuando lo hacen, al menor contratiempo vuelven al refugio paterno o reclaman ayuda de sus progenitores. Reivindican derechos, pero les cuesta admitir que los demás también los tienen o que todo tiene su contrapartida. Y si “hotel mamá” se niega a seguir acogiéndolos o consintiéndoles, se enemistan con sus padres o/y buscan de pareja un padre o madre sustitutos.
-     Saltan de una pareja a otra en cuánto aparecen las primeras dificultades, como si estuvieran esperando a la princesa o príncipe de cuento.
-     A veces, muestran conductas de control y celos (de forma manifiesta o encubierta). Su pareja tiene que demostrarles sin cesar que les ama. También pueden encubrir los celos con la conducta opuesta: dando celos a su pareja.
-     Muestran poca o nula sensibilidad hacia los sentimientos de otras personas. Si les confrontan, muestran una gran sorpresa.
-     Se encolerizan si sus necesidades no son reconocidas o satisfechas: poseen  baja tolerancia a la frustración e impulsividad.
-     Son veleidosas. Lo que hoy es blanco, mañana puede ser negro.
-     Con la enfermedad, pueden reclamar las atenciones propias de un niño pequeño.
Las raíces de este comportamiento son complejas. En muchos casos, no en todos, suele haber una excesiva permisividad de los padres y, como telón de fondo, una sociedad que rinde culto a la adolescencia y que no fomenta valores profundos (como el esfuerzo por conseguir metas valiosas, el respeto a los derechos de los demás, etc.) ni ayuda a manejar las propias emociones o a tener autocontrol sino que más bien alienta un consumismo superficial y atolondrado, un hedonismo malsano basado en el bienestar a corto plazo y un “laissez faire” en la educación de los niños que no conduce a la madurez. Aparte de eso, a veces, y por diferentes circunstancias –algunas de las cuales pueden tener también raíces biológicas- existe asimismo una personalidad previa determinada que influye en esa problemática.
¿Y la solución? No es fácil, nada fácil. Variará en función de la edad y del tipo de relación o parentesco que esa persona mantenga con nosotros: no es lo mismo que sea nuestro hijo que nuestra pareja o un amigo. Se trata, a grandes rasgos, de enseñarle a tomar más contacto con la realidad y a hacerle ver que no es el centro del universo, que tiene que respetar unos límites, unas normas de convivencia elementales, a que todo tiene un coste en esta vida y a que no podemos esperar recibir sin dar, ser queridos sin querer, ser comprendidos sin comprender, ser escuchados sin escuchar, etc. etc. Y deberemos combinar palabras y razonamientos con actos: hablar y hacer, más hacer que hablar seguramente. Hablar confrontando. Hacer poniendo límites y estableciendo consecuencias (razonables, no en plan vengativo), del tipo “si haces X, tendrás Y”. ¿Y si aún así no conseguimos nada o muy poco? Pues, pedimos ayuda a un experto (un psicólogo, un educador, etc.)
¿Y si somos nosotros los que nos reconocemos en ese perfil? Pues, pedimos ayuda. Seguir echando la culpa a los demás (aunque la tuvieren) o ir de víctimas no resolverá nada.

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