Hay personas que parece que no “crecen” y se quedan
anclados en una especie de adolescencia perpetua, es el llamado síndrome de
Peter Pan. Suelen presentar, en mayor o menor medida, las características
siguientes:
-
Tienen
muchas dificultades para asumir responsabilidades y se atrincheran en el rol de
víctimas cuando las cosas no van como ellos/ellas habían previsto en su mundo
de fantasía. En su presencia, uno se siente desbordado.
- Con
los padres, reclaman muchísima atención. Les suelen hacer, además, responsables
de sus fracasos. Les cuesta emanciparse y, cuando lo hacen, al menor
contratiempo vuelven al refugio paterno o reclaman ayuda de sus progenitores.
Reivindican derechos, pero les cuesta admitir que los demás también los tienen
o que todo tiene su contrapartida. Y si “hotel mamá” se niega a seguir
acogiéndolos o consintiéndoles, se enemistan con sus padres o/y buscan de
pareja un padre o madre sustitutos.
- Saltan
de una pareja a otra en cuánto aparecen las primeras dificultades, como si
estuvieran esperando a la princesa o príncipe de cuento.
- A
veces, muestran conductas de control y celos (de forma manifiesta o encubierta).
Su pareja tiene que demostrarles sin cesar que les ama. También pueden encubrir
los celos con la conducta opuesta: dando celos a su pareja.
- Muestran
poca o nula sensibilidad hacia los sentimientos de otras personas. Si les
confrontan, muestran una gran sorpresa.
- Se
encolerizan si sus necesidades no son reconocidas o satisfechas: poseen baja tolerancia a la frustración e
impulsividad.
- Son
veleidosas. Lo que hoy es blanco, mañana puede ser negro.
- Con
la enfermedad, pueden reclamar las atenciones propias de un niño pequeño.
Las raíces de este comportamiento son complejas. En
muchos casos, no en todos, suele haber una excesiva permisividad de los padres
y, como telón de fondo, una sociedad que rinde culto a la adolescencia y que no
fomenta valores profundos (como el esfuerzo por conseguir metas valiosas, el
respeto a los derechos de los demás, etc.) ni ayuda a manejar las propias
emociones o a tener autocontrol sino que más bien alienta un consumismo
superficial y atolondrado, un hedonismo malsano basado en el bienestar a corto
plazo y un “laissez faire” en la educación de los niños que no conduce a la
madurez. Aparte de eso, a veces, y por diferentes circunstancias –algunas de
las cuales pueden tener también raíces biológicas- existe asimismo una
personalidad previa determinada que influye en esa problemática.
¿Y la solución? No es fácil, nada fácil. Variará en
función de la edad y del tipo de relación o parentesco que esa persona mantenga
con nosotros: no es lo mismo que sea nuestro hijo que nuestra pareja o un
amigo. Se trata, a grandes rasgos, de enseñarle a tomar más contacto con la
realidad y a hacerle ver que no es el centro del universo, que tiene que
respetar unos límites, unas normas de convivencia elementales, a que todo tiene
un coste en esta vida y a que no podemos esperar recibir sin dar, ser queridos
sin querer, ser comprendidos sin comprender, ser escuchados sin escuchar, etc.
etc. Y deberemos combinar palabras y razonamientos con actos: hablar y hacer,
más hacer que hablar seguramente. Hablar confrontando. Hacer poniendo límites y
estableciendo consecuencias (razonables, no en plan vengativo), del tipo “si
haces X, tendrás Y”. ¿Y si aún así no conseguimos nada o muy poco? Pues, pedimos
ayuda a un experto (un psicólogo, un educador, etc.)
¿Y si somos nosotros los que nos reconocemos en ese
perfil? Pues, pedimos ayuda. Seguir echando la culpa a los demás (aunque la
tuvieren) o ir de víctimas no resolverá nada.
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